Celebramos la vida de Otilio Galindez, compositor del amor y la ternura

Marichina García Herrero / garciaherreromari@gmail.com

Además de la calidad irrefutable de su aporte musical, la ternura, la sencillez y el amor del compositor venezolano Otilio Galíndez, cumpliría este 13 de diciembre, día de Santa Lucía, 87 años. 

Aunque otro día 13, pero de junio, hace casualmente 13 años, Otilio se fuera a dormir para no despertar, el pueblo venezolano seguirá siempre celebrando su vida. 

Así que, en pleno diciembre, los venezolanos del mundo entero podemos disfrutar de nuestro alegre parrandón, Luna Decembrina, que dice “ prendan la luz que es diciembre, son las 12, abran la puerta, ¡todo se despierta con la navidad!”

Y todo es todo: Otilio hoy se despierta para acompañarnos en navidad. Porque la poesía de sus letras, a veces muy tristes, otras muy alegres, pasando por “ el guayabo” como decía él, aflora hasta en invierno, anuncia y provoca vida, incluso después de la muerte física. Hoy festejamos  la vida de hombre que se refiere al rocío como "perlitas madrugadoras" y al brillo en los ojos de una mujer como "Chispitas". 

La obra de Otilio Galíndez fue interpretada por una gran cantidad de cantantes venezolanos -de música popular y otros géneros- desde mediados del siglo XX, como Simón Díaz, Lilia Vera, Ilan Chester, Morela Muñoz, Juan Carlos Núñez, Miguel Delgado Estévez, Cecilia Tood, Efraín Silva, Soledad Bravo y por muchos artistas internacionales como Pablo Milanés y Mercedes Sosa. 

Otilio Galíndez formó parte del Orfeón Universitario de la Universidad Central de Venezuela, institución a quien siempre declaró su amor y gratitud, pues fue allí donde comenzó una larga carrera de éxitos musicales cuyas melodías, extraordinarias y contagiosas, compiten con la poesía exquisita de sus versos, escritos en los pasillos y jardines de esa magna casa de estudios.

Además, desarrolló una tremenda labor creativa en corales como la de la Compañía Anónima Nacional de Fomento Eléctrico, CADAFE, donde compuso, desde los años 70, muchas canciones que se han convertido en verdaderos emblemas de nuestra música tradicional, como parrandones y aguinaldos que año tras año acompañan al pueblo venezolano en sus fiestas decembrinas. 

Nació en Yaritagua, estado Yaracuy, en 1935, hijo de Rosa Gutiérrez, una humilde costurera de nuestro pueblo que él cuidó hasta el último día de su vida. La naturaleza campestre de su tierra natal y el amor a madre y a sus hermanos:  Eugenia, Mercedes y Jesús (Chucho), fueron fundamentales para el desarrollo de quien sería un gran músico y poeta, un amigo fiel, un hijo entregado, un padre dedicado y un eterno enamorado de la mujer venezolana y de su patria.

En una entrevista grabada en 2005, cuando preguntamos sobre su inspiración primera, el maestro respondió lo siguiente: "las canciones que mi mamá cantaba y que aún canta, tienen una gran categoría, un buen gusto, son exquisitas... yo no sabía que en realidad mi mamá me estaba dando una clase de estética, además del placer de la música diaria" (...) " vino otra mujer hermosa, tan hermosa como ella, fue la madre naturaleza: los ríos, los montes, los campos, la gente, los árboles, las matas, las flores, todo eso que ayudó a mi mamá cuando estaba pequeña también me ayudó a mi... eso es lo primero que a uno lo asombra y que uno ama, la madre y la naturaleza"

Con apenas ocho años lo arrancaron de su campo acostumbrado y su mudanza a la ciudad de Caracas acrecentó en él el amor al campo entrañable de sus primeros años de vida. En esta ciudad trabajó en múltiples oficios junto a sus hermanos. A los 18 años, cuando le toca hacer el servicio militar obligatorio, empieza a escribir versos a su madre, a su pueblo, a la vida que estaba al otro lado de lo que él sintió como un injusto presidio, donde algunos "castigos" lo llevaron a la enfermería en varias ocasiones. Esos primeros versos fueron desechados por el autor, que apenas terminó su corta estadía como "recluta" en espacios militares, comenzó, en 1957, a trabajar en la UCV, donde, prestando servicios como obrero, conoció a personas que lo alentaron a leer y a estudiar, desarrolló su talento creativo y compuso aguinaldos que grabó por vez primera Rafael Montaño y luego fueron interpretados por el orfeón universitario, que los dio a conocer dentro y fuera de nuestras fronteras.

Desde su casa de Maracay, el aroma de caña fresca, los amargos de mandarina y la ternura del hijo cuidador de la madre, impregnaron siempre el aire de nuestra Venezuela para luego volar, cual cometas, sobre todo el planeta, y recordar a quien escuche cualquier verso de Otilio, que el ser humano puede ser bello, noble, bueno, amable y amante. 

Otilio cantó al amor mientras escribió, acarició los más humildes recovecos de la patria con sus palabras, distribuidas sobre papel y envueltas en notas musicales como por arte de magia. Él convirtió en sublime, o más bien, demostró  cuan sublime podía ser, el cantar de un pájaro, el crecer de una planta o el atardecer. Por eso pensamos que no duerme sino que sueña eternamente para que su magia se cuele en los sueños de todos.

Hoy recordamos “Flor de Mayo” y reímos con su picardía pensando en la vez que llegó a la Quinta Falconiana, en Prados del Este, a decir a Marichina Herrero, pelirroja hermosa y amiga de Otilio desde su juventud en el Orfeón -además de ser madre de quien escribe- que le juraba que ella era la Flor de Mayo, blanca como la espuma y muy orgullosa, a lo cual mamá respondió entre risas:  “eso se lo escribiste a una vaca y no a mí ni a otra mujer. Recordamos también a Candelaria, aquella muchacha que vivía en la calle 8 de los Jardines del Valle, a quien el poeta cantara "no me mires, que mirando se despiertan los amores, y aceleras el latir de mi corazón".  

Definitivamente, Otilio, hoy te hablamos mirando al cielo para decir “ Caramba, mi amor, caramba” siempre estás despierto en el corazón venezolano, haciéndonos soñar a todos, con tus aguinaldos, con tus baladas, con tu pascua, con tu poesía, la del Poncho Andino, la de Son Chispitas, la muy contagiosa de la Restinga, la de Catiera, la de Duerme mi Tripón.

Feliz Santa Lucía, querido Otilio, gracias por los primeros 87 años de esa existencia tuya, que será eterna.