Ángela Zago / zagoangela@yahoo.com
El 20 de julio de 1969, mi familia, al igual que más de 500 millones de personas vimos como el astronauta Neil Armstrong abría la escotilla del modulo lunar Eagle y descendía lentamente por la escalerilla de su nave hasta poner pie en la superficie lunar. Inmediatamente comenzaron los comentarios y una sola voz ingenua e inculta para nosotros afirmó:
-Esa es una gran mentira de los yanqui, seguro que esa nave aterrizó en un desierto de California, en cualquier lugar de Estados Unidos y desde allí hicieron ese gran montaje; yanqui mentirosos….-
El resto de la familia oímos a la abuela como se oye caer la lluvia y no entendimos cómo la vieja Juana, nacida en el siglo XIX, pero que viajaba anualmente fuera del país y leía los periódicos a diarios, comentara semejante tontería.
No discutimos el absurdo argumento de la más vieja de la familia porque la llegada de un astronauta norteamericano a la luna daba un triunfo internacional a los estadounidenses sobre los soviéticos en la entonces guerra fría y no tenía ningún sentido lógico que una oficina del nivel de la Administración Nacional de la Aeronáutica y del Espacio, más conocida como NASA- conformada por técnicos y científicos asumieran realizar un montaje de esta categoría.
Para entonces, los medios de comunicación con sus profesionales del periodismo a la cabeza eran quienes tenían la responsabilidad de informar veraz y oportunamente sobre los hechos fundamentales que suceden en la sociedad.
Es posible que, en algunos hogares, otras abuelas nacidas a finales del siglo XIX, como la nuestra, dudara de la veracidad de tal hecho, pero a ningún joven o ciudadano medio se le ocurrió considerar que la llegada del hombre a la luna formara parte de una falsa mundial.
Hoy con sorpresa oímos a jóvenes no sólo dudar de la llegada del hombre a la luna; sino no creer en el peligro que significa el coranovirus; dudar de la necesidad de una vacuna que frene la expansión del virus y discutir que todo es un complot que involucra la presencia del virus a nivel mundial.
Cuando el hombre llegó a la luna en el año 1969, los informativos de medios radiales, audiovisuales e impresos contaban con un altísimos porcentaje de confiabilidad: pocas personas dudaban que lo informado no fuera cierto.
Para esos años, ninguna mamá dudaba de vacunar a sus niños con las vacunas planteadas por los pediatras; era un asunto médico…de especialistas, no de madres o padres “conocedores de la materia.”
Al analizar la situación de la desinformación insistimos que la masiva información en manos de no profesionales de la materia, aunado a que fuentes fundamentales utilizan sin ataduras las redes para decir lo que en ese momento se le ocurra, ha estimulado la desinformación y, ha puesto en dudas las informaciones de profesionales y medios serios sobre un tema tan grave como es el coronavirus. Según esta versión, el COVID-19 en realidad no existe, sino que es un complot de la elite global para quitarnos la libertad.. Los creyentes en esta teoría se niegan cada vez más a tomar medidas de distanciamiento social, y podrían colaborar de forma directa a que la pandemia se extienda aun más en sus propias localidades y aumentar la tasa de mortalidad.
Si un periodista que cubre la información científica o de salud, necesita realizar un trabajo sobre el virus que tanto daño ha hecho a la población, su deber profesional es acudir a la fuente de mayor conocimiento y credibilidad en la materia de virus, e infecciones. Lo lógico, entonces, es acudir a los altos ejecutivos involucrados e informar….pero sí ese periodista se encuentra que los altos ejecutivos de un gobierno informan vía twiter sin base, no es fácil informar adecuadamente.
Los periodistas tenemos que luchar actualmente contra la desinformación pero la tarea no es fácil: la lucha ya no es para convencer a un editor que tome en cuenta la veracidad de la información que queremos divulgar, sino que, además, tenemos que enfrentarnos a fuentes presuntamente creíble por su jerarquía, sumado a medios masivos donde cualquiera puede decir cualquier cosa.
Si una fuente tan importante como el propio presidente Trump cree que existe el “estado profundo” -un grupo de la élite estadounidense que supuestamente conspira para evitar su reelección y que el doctor Antony Fauci – quien da la cara por la pandemia en Estados Unidos es parte de este grupo de conspiradores- ¿cómo un ciudadano común y poco informado no va a creer que el virus es una simple gripe y que puede deambular por la calle sin protección y no evitar el acercamiento social?
Las mamá y abuelas anti vacunas creen que la medicina convencional no funciona y que las grandes compañías farmacéuticas están dentro del complot de la aparición y masificación del virus; esta desinformación se puede afianzar por declaraciones o posiciones de autoridades fundamentales en las que, lógicamente, crean. Para este público los casi 20 millones de contagiados no existen.
¿Cómo informar adecuadamente si las propias fuentes lógicas des informan a la población por otras vías y en directo?