Cipriano Castro, entre el café y el petróleo (y II)

Rafael Gallegos       

El general Cipriano Castro entró a Caracas en tren por la Estación Caño Amarillo. El “pueblo”, de lo más  emocionado lo estaba esperando y lo aplaudió hasta el delirio. Ese fue el primer lanzazo contra el ego del gobernante. Lo que no imaginó es que ese “pueblo” sería el mismo que gritaría  “muera Castro” en 1908, para celebrar al nuevo hombre fuerte, Juan Vicente Gómez.

El  gobierno de don Cipriano inició con el lema "nuevos hombres, nuevos ideales, nuevos procedimientos", que reflejaba deseos de renovación. Eso no evitó que los caraqueños se burlaran del “tumbaito” de los andinos al hablar, o del busté, o el uyuyuy. De El Cabito, como motearon a don Cipriano, decían que su infinita ambición  le quedaba muy grande a ese cuerpito, y más con el desgaste a que lo sometía con la vida licenciosa que llevaba. 

De Guanoco a la Libertadora

El general (café) Cipriano Castro pronto tuvo su primer encontronazo con los hidrocarburos. Un serio desacuerdo con el concesionario del lago de asfalto Guanoco.

Cipriano Castro.

Resulta que veinte años atrás, Horacio Hamilton, norteamericano nacido en Alemania, visitaba con frecuencia a la primera dama Doña Ana Teresa de Guzmán Blanco y le vendía (o regalaba)  galletas,  como representante de una fábrica norteamericana. Poco a poco se fue estableciendo una relación con la pareja presidencial. El presidente Guzmán Blanco le otorgó a Horacio una concesión para explotar bosques y asfalto en el estado Bermúdez, como entonces se llamaba al estado Sucre.

En el territorio de la concesión estaba el lago de asfalto Guanoco, el segundo más grande de su tipo luego del Pinch Lake, ubicado en Trinidad. Hamilton vendió la concesión a la General Asphalt y fundaron la New York and Bermúdez Company.

Cuando Castro llega al poder, observa que los asfalteros se han limitado a producir y no han cumplido ni con los pagos, ni con compromisos como canalizar los ríos Colorado y Guarapiche. Y comienzan serios problemas con la empresa norteamericana…

Por otra parte, Castro encontró al tesoro nacional en la inopia. Los precios del café, principal producto de exportación se habían derrumbado desde 164 bolívares hasta 71 en apenas cinco años,  y por ende el presupuesto nacional había caído a la tercera parte. Por ello les solicitó a los banqueros un préstamo de un millón de bolívares. Cuando se le acabó esa cantidad, les volvió  a pedir dinero. Los banqueros se negaron y Castro como represalia, los aventó a La Rotunda “a ver si recuerdan algún entierro” (de morocotas). Luego los hizo desfilar encadenados y asustados por Caracas (entre pitas y escupitajos del “pueblo”), para enviarlos por tren al Castillo de Puerto Cabello. Algunos se despedían de sus familiares en medio de lagrimones. Antes de embarcarse en Caño Amarillo, los aterrorizados banqueros cedieron.

Para celebrar las paces, hicieron una gran fiesta los banqueros y el gobierno. Mucha celebración, alcohol, abrazos y carantoñas. Algunos hasta se hicieron compadres… pero nada deja más cicatriz en el alma que una humillación.

Humillado y dispuesto a salir del gobierno, el banquero Manuel Antonio Matos, el hombre más rico de Venezuela y destacado político, además cuñado de Guzmán Blanco, viajó a Estados Unidos y conversó con la gente de  General Asphalt, que tanto problema había tenido con Castro por el Lago Guanoco.

Le dieron a Matos 145.000 dólares para que derrocara a Castro. Éste compró un barco, el Ban Rihgt, y  armó la conspiración contra Venezuela, que se conocería como Revolución Libertadora.

Cipriano Castro, más ducho en la guerra, los derrotó. La batalla definitoria fue a mediados de 1902 en La Victoria, y duró  22 días. Los “revolucionarios” representaban prácticamente a todo el país que quería salir del déspota. Muchos caudillos regionales se unieron. Sin embargo no hubo un liderazgo único y Matos, gran banquero, no tenía las mismas habilidades militares. Es más, iba a las batallas con un elegante paraguas verde y otros aditivos que no ayudaban. La derrota final fue en Ciudad Bolívar un año después.

 El bloqueo

A finales de 1902 Venezuela fue bloqueada y atacada por barcos ingleses, alemanes e italianos. Penetraron en La Guaira, Puerto Cabello y en el Castillo de San Carlos en el Zulia. La causa era el cobro compulsivo de deudas que se venían acumulando desde 1830 y llegaban a 190 millones de bolívares, cuando el presupuesto nacional era apenas de 44. Castro pronunció su valiente y lapidaria frase “la planta insolente del extranjero ha hollado el suelo sagrado de la patria”. A solicitud de don Cipriano, los EEUU mediaron para calmar las aguas. El canciller argentino Drago sentó cátedra con su principio que ningún país podía ser invadido por cobro compulsivo de deudas.

Así Estados Unidos aplicaba su Doctrina Monroe: América para los americanos. Por esos años ellos “libertaron” Cuba y Puerto Rico, e impulsaron la independencia de Panamá de Colombia… para construir el Canal. Por ello muchos dijeron que la Doctrina Monroe actualizada rezaba: América para los norteamericanos.

Pendientes pues…

Aclamación… y humillación a Gómez

Al vicepresidente Gómez le tenían envidia y estaba en la mira porque era el segundo del hombre fuerte. Por ello hubo dos movimientos dedicados a calentarle la oreja a Castro para que considerara a Gómez un traidor y lo separara del poder. La Aclamación y La Conjura. El zamarro Juan Vicente Gómez no cayó en la trampa y más bien salió fortalecido en ambas ocasiones. Pero tuvo que humillarse ante su compadre para convencerlo de su lealtad. Y nada se olvida menos que una humillación. ¿Hasta dónde habrá influido ésta en el golpe que le dio a su compadre Castro en 1908?

Punto para el análisis.

Parranda, represión y enfermedad

Los jaladores y las interminables parrandas llenas de alcohol y de mujeres acabaron con el Cabito. En el libro “Los Felicitadores” de Pio Gil, se listan los descomunales ditirambos: Usted es más grande que Bolívar, los grandes hombres se miden de la frente para arriba, o “La República necesitaba un Restaurador, la Providencia le dio a Cipriano Castro”.

Y las mujeres… bastaba que el  jefe les pusiera el ojo, para que sus adláteres se las buscaran de cualquier manera. Se dijo que algunos coroneles hasta se sentían orgullosos de compartir sus esposas con él.

Y la represión en las prisiones era terrible. Torturas como por ejemplo hombres colgados por los testículos, el tortol, hambreados, dejados morir sin atención.

Aunque hay que destacar que construyó el Teatro Nacional y el tranvía de Caracas. También otorgó las primeras concesiones petroleras en un proceso que Rómulo Betancourt calificó como “danza de las concesiones”

La enfermedad y... paso al general petróleo

Los riñones de Castro no aguantaron. Lo operaron en Venezuela sin resultados exitosos. Lo enviaron para Alemania. Luego de meditar largamente, oír  los consejos de su esposa Dona Zoila, y observar cómo rodaban por sus tortuosas mejillas las lágrimas de su compadre Gómez que le decía: no, yo me voy con usted, sin usted no soy nada; se convenció – craso error – que el hombre más adecuado para cuidarle el coroto era Juan Vicente.

Zamuro cuidando carne

El 24 de noviembre de 1908, Castro partió en el Guadalupe para no regresar jamás. Lo demás es historia. El general  petróleo continuaría esta eterna comedia de equivocaciones que parece no tener fin. 

 

Petróleo sin Reservas / mayo 31, 2025