PDVSA y la gesta reestructuradora

Gregorio Salazar / @goyosalazar

Cuando la cúpula del régimen de Maduro apela al término “reestructuración” probablemente lo que quiera decir es “extremaunción”, lápida y RIP.

La “reestructuración”, por lo conocido, es anunciada cuando alguno de los numerosos entes que férreamente controlaron y exprimieron durante dos décadas caen en barrena o tocan fondo, desvencijados e improductivos, y sus partículas vagan esparcidas como el “polvo cósmico” que tanto gustaba mencionar el  caudillo golpista del 4F.

El proceso cubre una secuencia rutinaria. Constatado el gran desastre, se declara la emergencia y se encarga a un equipo “salvador”, elenco de caras recicladas que ya han dejado su larga estela de fracasos en ministerios, gobernaciones y en otros entes públicos catalogados como reestructurables. Muy importante bautizarlo con el nombre de un prócer del proceso para remarcar la impronta revolucionaria de la nueva gesta.

Más o menos así llegó la onda reestructuradora a los predios de la postrada PDVSA, el 19 de febrero de este año, cuando Nicolás Maduro anunció la creación de una comisión encabezada por Tareck El Aissami, bajo el inspirador nombre de “Alí Rodríguez Araque”, paradójicamente el artífice del comienzo del fin de la petrolera estatal.

Como la revolución se adentra cada vez más en espacios propios de la ficción, es muy posible que de PDVSA pueda evocar la impostura de El Astillero, la invención literaria donde Onetti hizo transcurrir los últimos meses de vida de Larsen, su derrotado antihéroe, entregado en riguroso horario de oficina a faenas inútiles, sin concreción de obra alguna y con despreocupación sobre el resultado.   

Si imagináramos a los comisionados de Maduro inspeccionando campos  petroleros, el panorama semejará mucho al novelado: plantas herrumbrosas y chimeneas apagadas, tuberías con parches y remiendos improvisados, paredes descascaradas, oficinas desiertas y escritorio cubiertos con arrumes de carpetas polvorientas.

La empresa va desenganchada de la realidad. Hablan de seguridad energética sin poder alcanzar ni la mitad de los 800 mil barriles de Ecopetrol (Colombia) y la gasolina llega desde el lejano y sancionado Irán mediante un trueque por el llamado “oro de sangre”. Ya la revolución no se propone “salvar al planeta”, ahora depreda salvajemente selvas y contamina ríos para cambiar agónicamente barras de oro por combustible. Designan “representantes de la clase obrera”, la misma a la que le redujeron el salario mínimo a menos de un dólar mensual y obligaron a salir al exterior en estampida.

Desinversión, abandono de los ancestrales protocolos de mantenimiento, entrenamiento y seguridad y sobre todo el saqueo más voraz y prolongado de la riqueza generada por una empresa petrolera, y encima impunemente, que se haya visto en cualquier latitud.  El Aissami fue sustituido por Asdrúbal Chávez, quien sin recursos financieros ni humanos seguirá la rutina simuladora.

Otras comisiones se crearon hace muchos años en PDVSA. En 1977 la democracia designó a 50 técnicos de la industria nacionalizada para poner fin al improductivo desagüe del Instituto Venezolano de Petroquímica (IVP), que en casi un cuarto de siglo no había producido un bolívar al fisco. Les dieron cinco meses.

Ellos reestructuraron y unificaron los departamentos de Finanzas, Operaciones y Recursos Humanos de Morón y de El Tablazo, evaluaron  y repararon las plantas paralizadas y modificaron procedimientos. Así surgió una empresa rentable que al poco tiempo comenzó a abastecer el mercado interno, exportar y a reportar sustanciales ganancias. Así nació Pequivén, uno de las grandes logros de la petrolera estatal, a la que también barrió el huracán de la locura revolucionaria.