Hágase la luz… y todo se oscureció

 

Gustavo Oliveros / gustavooliveros4@gmail.com

 A mediados del 2019, centenas de emprendedores invirtieron gran parte de su capital en la compra de plantas eléctricas que funcionaban a fuerza de gasolina. Era una opción válida en vista de la crisis que atravesaba el sector, agravado hoy en día debido a la falta de inversión en lo que a mantenimiento se refiere. Nadie imaginaba lo que vendría más tarde con la escasez de gasolina. De saberlo, los vivos de ayer habrían atiborrado el país con paneles solares.

   La típica “viveza criolla”, cuya traducción más acomodaticia podría ser: “pan pa’ hoy, hambre pa’ mañana”. Su tiempo de vida es efímero, se trata de un “corto-placismo” del cual no hemos logrado salir desde el “ta barato, dame dos” iniciado con el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez. Y es que al venezolano le encanta pescar en río revuelto, una estrategias comercial o más bien financiera que deja al sistema Ponzi en pañales, pues no requiere de inversores nuevos para pagar intereses a los primeros que entran al negocio, aquí la llamamos en su momento la “pirámide invertida”. La estrategia que nos viene al dedillo, es comprar un producto a un precio y a la hora siguiente venderlo al doble del costo inicial.

A más de un anciano sus familiares han dejado desamparado en plena calle, le pasó a Jesús Oliveros López, a quien la esposa abandonó el 31 de diciembre de este año en una estación de Metro

Los bienes y servicios en Venezuela crecen cada vez más rápido en el tiempo, aunque la variante en la teoría sobre crecimiento exponencial señale que esto sucede en “una economía sin trastornos donde la tasa coincide con el índice de inflación”. O sea que, si de virus se trata, el Covid-19 viene a ser un bebe de pecho si lo comparamos con la revolución del siglo XXI. Eso piensa el ciudadano de a pie que hoy hace fila en un banco, para disponer de un efectivo que le alcance para cancelar el pasaje de regreso al hogar, si corre con suerte al llegar a la taquilla. Una vez franqueado el primer obstáculo del día, deberá iniciar su periplo en busca del plato de comida para la cena de sus hijos, eso sí al llegar, aún están vivos.

Por el otro lado tenemos a los más vulnerables; aquellos que por diversos motivos no tienen forma de rebuscarse, de pescar en ríos tranquilos, incluso de comer. Por ello no es de extrañar que “la prensa amarillista, mentirosa y golpista” sature las redes sociales con el fallecimiento por desnutrición de dos ancianos el pasado fin de semana. Ambos encontrados en su departamento con el costillar al aire, luego de que los vecinos alertaran a los bomberos temiendo una desgracia, pues desde hacía varios días no se les avistaba por los alrededores de la cuadra.

El oficial del Cuerpo de bomberos que atendió el llamado no pudo disimular las lágrimas que espontaneas brotaron de sus ojos. Nunca había visto nada parecido. Probablemente en este país de memoria temprana, él no recordaba la imagen de Franklin Brito, quien, defendiendo su dignidad, se desvaneció dejando un caparazón de huesos que en su momento conmovió a la opinión pública. Faitha Nahmens, periodista de talante y valentía, a propósito de los últimos acontecimientos que evidencian un acoso constante a sus colegas, se atrevió a escribir sobre aquel hombre, para dejar constancia de aquella muerte trágica en nuestras memorias.

Sin embargo, para Silvia Margarita Sandoval Armas, de 72 años y Rafael David Sandoval Armas, de 73, no habrá quien los recuerde porque su historia se perderá en el marasmo de otros seres de su edad, que de igual manera han partido sin que nadie vele por ellos. A más de un anciano sus familiares han dejado desamparado en plena calle, le pasó a Jesús Oliveros López, a quien la esposa abandonó el 31 de diciembre de este año en una estación de Metro y quien por demencia senil no supo decir dónde vivía y por supuesto, en pleno subterráneo, trascendió a la zona fantasma ante el personal y pasajeros que deambulando de un lado al otro no advertían su presencia, porque la solidaridad, para los viejos, desde la llegada del “hombre nuevo” se fue de viaje y hasta el sol de hoy no se sabe de ella.

En los grupos familiares se beneficia a los más aptos recordando a Darwin; a los viejos se les va desechando; no resultan útiles en tiempos de escasez, y de la bandeja de comida disponible acaso les tocará un bocado acompañado con un vaso de agua, cuando el vital líquido no escasea. La realidad es más fea que la ficción y ese “hombre nuevo”, pregonado por Josef Stalin a la muerte de Lenin, se encuentra en su apogeo. Solo basta echar un vistazo a la enorme fila que hacen los viejos a las puertas de los bancos para cobrar su dólar mensual de pensionados, dinero volátil con el que apenas pueden comprar un plátano pasado de “Maduro” en un mercado al aire libre.

Luis Francisco Cabezas, director general de la organización no gubernamental Convite, señala que, el caso reciente de los dos ancianos de la barriada de Puente Hierro se repite a diario. “Muchos otros han padecido abandonos de distintas índoles. No solo a los ancianos se les suprimen los alimentos en el mismo grupo familiar o se dejan a la buena de Dios en una avenida solitaria”. Al respecto de esta afirmación, ese mismo día me le acerqué a un septuagenario solitario sentado en la acera de la avenida Victoria. Dijo ser profesor de matemáticas y contó que luego del desayuno pasa el día en la calle para evitar ser una boca más en el almuerzo.

Llegada la cena, le miente a la hija y nietos: “Ya comí en casa de unos amigos”. Cabezas agrega que en el asilo Madre Teresa de Calcuta ubicado en una barriada de Caracas, el cincuenta por ciento de los residentes fueron abandonados por sus familiares: “Hace tres años, una joven se presentó en el lugar y pidió que le cuidaran a su madre por el fin de semana, pues tenía que viajar al interior del país y no quería dejarla en el hogar donde ambas vivían solitarias. Hasta el sol de hoy no se conoce su paradero, había dejado un teléfono y una dirección falsa”.

   Pero hay más y no solo los despabilados pescan en río revuelto, los asaltantes también tienen su filón apenas descubren en donde habitan unos abuelos abandonados por sus hijos. Presumen que reciben la denominada remesa y ciertamente, al comprobar que los 20 dólares de años anteriores que les enviaban como panacea alimenticia, solo alcanzan para el mercado de una semana; e invadidos por la solidaridad y el amor al prójimo, se roban solo los víveres congelados: la poca carne que se ha comprado ya molida para hacerla rendir y una pechuga de pollo tan traslúcida que parece cortada con rayos láser. El botín contempla los electrodomésticos y los teléfonos celulares, artefactos que “estos viejos a su edad ya no los van a necesitar y que por lo tanto deberían dar gracias a nuestra compasión por dejarlos con vida”. Tremenda hazaña.

   En el barrio de los pobres, la solidaridad puede decirse que tiene tintes más devotos. Lo robado a los viejos “ricos” sirve para mantener a los viejos pobres del barrio, una estupenda excusa para dividir un pueblo en clases sociales, esa extraña manera de la revolución para resolver los problemas, siempre buscando culpables en el más allá. De tal modo que las conciencias queden libres de culpas y viejos como Franklin Brito, (“terrateniente a quien el Estado le robó sus cultivos para años después ver aquella tierra árida, sin vida bajo la excusa de una supuesta seguridad alimentaria”), los Sandoval Armas y los ancianos de la “Madre Teresa de Calcuta”, sirvan para berrear a viva voz: ¡abajo el bloqueo norteamericano¡ Y pescando en rio revuelto miles de pobres con sus franelas rojas marchen al ritmo que les toquen las campanas de las cajas “clap, clap, clap, clap”… Lentejas mejicanas adelante.

   Mientras tanto la vida de miles de ancianos estará a la buena de Dios.