Disfraces políticos

Alejandro Oropeza G. [1] / oropezag@mail.com

 

Del hablador he aprendido a callar;

del intolerante a ser indulgente, y del malévolo

a tratar a los demás con amabilidad.

Y por curioso que parezca,

no siento ninguna gratitud hacia esos maestros.

Kahlil Gibran, poeta libanés.

 

Entre otros, uno de los atributos necesarios para ejercicio de la política es el respeto. Respeto que debe ser asumido desde dos perspectivas: hacia la persona misma que asume el rol de político; y, hacia la ciudadanía que, en la esfera de lo público, recibe sus mensajes y acciones y, por lo tanto, juzga. Una tercera perspectiva emerge como posibilidad de respeto en el ámbito de la política, y es aquel debido tanto a los aliados como a los adversarios. Se comprueba, a lo largo de la historia de la humanidad, que uno de los aspectos que más se reconoce en los liderazgos y hechos relevantes, es la magnanimidad del triunfador hacia el derrotado, por ejemplo. Es decir, el respecto hacia el otro sustenta una auctoritas que define la personalidad de quien la adquiere. Así, en esa esfera de lo público, siguiendo a Hannah Arendt, el ejercicio (uso, en mejores términos) de la intolerancia, la burla y la maldad hacia el contrincante, despoja al pretendido verdugo, de esa auctoritasnecesaria para la acción política y/o social ante la sociedad; pero, más importante aún, le cercena la propia referencia respetuosa y, erosiona su condición de ser político digamos, responsable.

            Cuando referimos, esa tercera perspectiva, el respeto hacia el aliado y hacia el oponente; me viene la imagen del gobernador del estado venezolano de Táchira, fronterizo con la hermana República de Colombia. Sí, ese mismo personaje que recibió hace ya un tiempo, un cuestionado doctorado honoris causa, de una casa de estudios universitarios, de cuyo nombre no quiero acordarme, por las loables e indispensables contribuciones a la academia. Bien, el hecho es que vimos a este político, gobernador en ejercicio de un estado del país, de Venezuela, ataviado, disfrazado con atributos de vestimenta que caracterizan culturalmente a los palestinos: la kufiya, hatta o shemagh. En, efecto, la reacción de muchos fue la burla, la comparación con referentes propios que banalizan sus posiciones y dan al traste con la posible credibilidad y/o seriedad que podría acompañar al discurso, a la acción comunicativa pretendida del laureado. La comparación va desde un mantel hasta un frasco de mermelada. Independientemente de la posición que este personaje asuma respecto al grave conflicto presente entre Israel y el grupo terrorista Hamás, de por sí maniqueo y producto de solidaridades automáticas y ausente de reflexión profunda; su comparecencia pública con tal disfraz es, quien lo duda, una falta de respeto al supuesto aliado y a la causa del pueblo palestino. Es una negación de sí mismo, porque no es necesario que alguien que, en la otra parte, apoye o acompañe la reacción israelita (como Estado) al ataque terrorista de Hamás, porte la kipá, por ejemplo. Es más, debe ser un acto de respeto, de reconocimiento y de solidaridad para con quien se decide acompañar y apoyar.

            Por otra parte, a propósito del disfraz de marras, pareciera haber cierta confusión del funcionario, auto-investido de una representación oficial ante el preocupante conflicto entre el Estado de Israel y el grupo terrorista Hamás. Digo esto en atención a que el propio presidente de Palestina, el Sr. Mahmoud Abbas, ha insistido y manifestado públicamente que Hamás no representa a los palestinos. Entonces cabe preguntarse: ¿a quién supuestamente apoya o irrespeta, el doctor honorario con su vestimenta?: ¿a los palestinos? No ciertamente; a Palestina no es, ello en atención a las declaraciones del propio presidente Abbas. Entonces, consecuentemente su apoyo va dirigido hacia Hamás, hacia el terrorismo y la violencia instrumental de esta facción.

            Regresando al punto de origen del respeto como elemento integral de la acción política, la comparecencia del gobernador de Táchira asumiendo como funcionario público del Estado venezolano, posiciones a favor o en contra de tal o cual posición, ataviado con elementos que no le definen, supone: primero, una falta de respeto para consigo mismo en tanto político en ejercicio y mandatario de una ciudadanía que reclama una mínima auctoritas e, idealmente un poco menos de soberbia irracional, de desmesura; pero, en segundo lugar, es una falta de respeto hacia los supuestos aliados a los que se acompaña o se pretende apoyar, se trate de Palestina, en tanto Estado y de su presidente el Sr. Abbas; o bien del grupo terrorista Hamás, del cual marca distancia y se desliga de sus acciones el propio presidente de Palestina. En tercer lugar, se falta el respeto a la sociedad, a la ciudadanía del Táchira y del país. Por otra parte, es una insensatez infantil el uso del disfraz, una burla hacia las víctimas de este prolongado conflicto y sus familias, de esas sociedades que no han conseguido conciliar posiciones y, definir y alcanzar una paz estable en la Región lo que afecta e impacta en el mundo entero.

            Quizás, para el gobernador sea extraña la palabra desmesura y las acciones que deberían alejar su acción política y comunicativa de esa condición; sin embargo, es casi seguro que piense que la mayor contribución que él, como político de gran presencia y como encumbrado estadista, puede aportar a la evolución del conflicto sea disfrazarse para exponer su posición a favor del grupo terrorista Hamás, no de Palestina.

           

@oropezag


[1] Dtor. Académico del Center for Democracy and Citizenship Studies – CEDES. Miami-USA. CEO del Observatorio de la Diáspora Venezolana – ODV. Madrid-España/Miami-USA.