Crónica de un ruso navegao y un margariteño traductor

Gustavo Oliveros / gustavooliveros4@gmail.com

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A salir del aeropuerto Santiago Mariño, lo primero que hizo Ivanoviche Stolichenaya, fue preguntar por Tatoo, aquel actor enano de “la isla de la fantasía”, que gritaba: “el avión, el avión”, a la llegada de los nuevos visitantes. La serie se trasmitió a mediados de los años setenta y seguramente frente a la llegada de los rusos a Margarita, será retomada por alguna de nuestras televisoras vanguardistas, para continuar en la onda del pleistoceno.

Ivanoviche no llegaba solo, lo acompañaban su mujer Veriushka Svetlana de Stolichenaya y su hijo Alexey Rasputín Stolichenaya de apenas siete años de edad, junto a otros 397 conciudadanos que hacían fila ante la cola de autobuses que debían distribuirlos en distintos hoteles de la isla. La mecha que encendió el recuerdo de Ivanoviche Stolichenaya fue el sorpresivo recibimiento del ministro de turismo y la corte de anfitriones que lo secundaban, cuando bajo aplausos frenéticos descendían del CR929 que los trasladó en vuelo directo desde la Rossíya-Mátushka hasta la “perla del Caribe”.

Ivanoviche no hablaba ni pizca de español, y menos del español margariteño, por lo tanto, lo hicimos a través de un intérprete de la isla que resultó ser uno de los conductores de las busetas

Por supuesto que Ivanoviche no hablaba ni pizca de español, y menos del español margariteño, por lo tanto, para escribir esta crónica hubo la necesidad de hacerlo a través de un intérprete de la isla que resultó ser nada menos que uno de los conductores de las busetas encargadas de esperarlos a la salida del aeropuerto. Yo Iba de regreso a Caracas cuando escuché la noticia y decidí atrasar el retorno.  La chica guía de mi agencia de viajes se entusiasmó y me pidió que escribiera algo sobre los rusos. Accedí y le expliqué que de ruso no sabía ni decir hola y de inglés apenas conocía unas palabras de sobrevivencia. No se preocupe –dijo– aquí contamos con Margarito Rivas que es el intérprete oficial.

Apenas me lo presentó, Margarito me asignó el papel de copiloto: “Así te puedo ir contando lo que los rusos vayan diciendo por el camino”, dijo. Me pareció juna estupenda idea. Fue en ese instante cuando Margarito escuchó la palabra clave Tatoo. A Margarito le toco la ruta de El Tirano. El resto de la conversa entre rusos se dio durante la trayectoria. La familia Stolichenaya era oriunda de Oymyakon –según el oído musical de Margarito–. En la vía le oyó decir algo así como: “esto es el cielo en comparación con Oymyakon”, un pueblo al este de Siberia, considerado como el lugar habitado más frío del planeta, con temperaturas que llegan a los -70° grados bajo cero. Eso me aseguró el Dr Google al consultar el nombre del pueblo en mi Iphon y eso le referí a Margarito, para ponerlo sobre aviso: “Nada que ver con el Polo Norte” (agregó Margarito, que al parecer ya había escuchado lo suficiente sobre Oymyakon), porque en aquella verga “a según este ruso” (y lo señaló con un leve movimiento de cabeza), “fue donde la puerca torció el rabo”.

Una vez llegados al hotel, el guía hizo lo suyo y se despidió en inglés a lo que los rusos respondieron con un ademán de manos. El resto del día estaría libre así que lo invite a almorzar y a tomarnos unas birras. El calor era aterrador. Al despedirnos le insinué que cuando regresara a el aeropuerto con la familia Stolichenaya, me avisara para ver cómo les había ido. Quince días después recibí una nota del traductor en mi hotel. En la misma, escuetamente decía: Mañana llevo a los rusos al aeropuerto. Paso por usted temprano, firmado, Margarito. PD. Luego almorzamos y me invita unas cervezas”. Hecho, pensé.

Vodka fue la palabra más usada durante el trayecto y a la cual nuestro traductor agregó: “por coñazo” Stuchat' (СТУЧАТЬ), que no es lo mismo ni se escribe igual, pero era según Margarito Rivas, la expresión más cercana a lo aprendido por el ruso durante su estancia. Contó Ivanoviche que durante su estadía (además de unas peas espantosas que achacó al clima) había bailado desde el tamunangue hasta la polka, que no es rusa, sino polaca, pero para ellos daba lo mismo, pues los anfitriones del hotel no lograron descargar por internet otras danzas como la Chechotka, o la Kamarinskaya que sí eran rusas de nacimiento, esto, debido a los cortes frecuentes de electricidad que se prolongaban hasta por seis horas.

Durante el viaje todos cantaban el belachao, que tampoco es una tonada rusa sino italiana, pero a los fines les daba igual. No querían regresar a Rusia, pero, por desgracia, el pasaje era de ida y vuelta. Margarito no se despegaba de su tapa boca evitando caer en las garras del Covit chino, pensaba yo, hasta que le escuché decir: “Si a la llegada olían mal, –me recordó– a la salida hieden peor”. Eruditamente aclaró de inmediato que la fetidez era por la falta de agua potable en los hoteles, debido a la mezcla de mar con agua de piscina, full de cloro, ordenado desde la gerencia para controlar alguna variante rusa de la pandemia china. Para ellos, los gerentes, estaba claro que los 40 grados de alcohol que contiene el vodka no eran suficientes para mantenerse seguro ante la propagación del virus.  

La otra palabra que Margarito descubrió de los rusos fue Trepak, otra de las danzas más folklóricas de rusia, aparte de las antes mencionadas, pero en este caso le atribuyó un significado distinto cuando los vio cargando con docenas de las tres botellas de Whisky escoces que compraban como iluminados en los supermercados Ríos, que, si bien y al parecer son iraníes, venden la caña por Stuchat' al igual que en los bodegones caraqueños.

Gracias a Margarito logré que Ivanovich nos diera una apreciación objetiva de la isla. La primera traducción de Margarito fue que la pasaron Нам будет весело, es decir: “del carajo” ya que no es fácil vivir en Oymyakon, con los testículos engarrotados durante nueve meses. El calor de Margarita les devolvió a los hombres la virilidad olvidada y las esposas rebosaban de alegría. En Oymyakon seguramente se elevará la población infantil para el próximo año, “Hijo er diablo”, agregó Margarito al contenido textual de su traducción, satisfecho y orgulloso de que la isla haya servido a una buena causa.

En aquel refrigerador universal habitan unas 500 familias. Doscientas de ellas aprovecharon para montarse en el avión, apenas se les habló de sol durante todo el año. En su poblado el invierno dura nueve meses y la luz del astro rey apenas se observa durante unas pocas horas al día. “Nada que ver con el Polo Norte” agregó Margarito, porque en aquella verga “a según este ruso” (y lo señaló con un leve movimiento de cabeza), hace el frío parejo. “Ahí torció la puerca el rabo”. Con tan buena versión criolla, se me ocurrió preguntarle a Margarito en dónde había aprendido el idioma. Me respondió que mediante un tutorial de youtube, apenas se enteró de la venida de los rusos y agregó:

– Yo le meto bien al inglés, pero con el ruso todavía no doy pie con bola.

   No solo el CR929 cargado de rusos causó sensación entre los margariteños, también la llegada del primer tifón del 2021 que hizo volar por los aires techos y bohíos, paraguas y salvavidas inflables, toallas y canastas con comida embolsada de los self service. Y aunque todo quedó esguañangao por los lados de El Espinal, lo rusos aplaudían aquel espectáculo con el mismo fervor con el que habían sido recibidos por altos personeros del gobierno.

Una vez llegado al aeropuerto los rusos descendieron de la buseta y dirigiéndose a Margarito agradecieron la hospitalidad recibida durante estos quince días: Spasibo (Спасибо) que significa gracias en español. “Ellos son buena gente, pero hieden un poquito mal, me traían la buseta encedía”. A unos metros de distancia Margarito le decía a Ivanoviche: “mira polaco, cuando regresan que de seguro los vengo a buscar, cuerda de pichirres. De rublos aquí no dejaron ni una ñinguita.

–Y no le preguntaste que es lo mejor que se llevan de la isla

–No tuve ni paqué. Er hijo er diablo me lo dijo todo cuando compró doce cajas de “Trepak” para vender whisky en Siberia. Aquí, hermano mío, por la maleta uno conoce al pasajero.