Carlos Roa / carlosroa1@gmail.com
¿Qué necesitamos aprender sobre la vida de los ancianos migrantes? Los recientes tiroteos masivos ocurridos en Monterey Park y Half Moon Bay (California), tuvieron algo en común: la mano que disparó fue de inmigrantes mayores.
La mayoría de los autores de tiroteos son hombres jóvenes. Por eso, estos acontecimientos han abierto la discusión sobre los problemas que trae la intersección entre una edad avanzada y la condición migratoria.
La invisibilidad de ellos refuerza su sensación de aislamiento y miedo, según expertos. La otra cara de la moneda es que los ancianos son víctimas de delitos violentos.
Además, según el National Council on Aging, las tasas de suicidio son elevadas entre este grupo etáreo: representan el 12% de la población, pero aproximadamente el 18% de los suicidios.
Condiciones adversas
“¿Por qué la gente todavía trabaja cuando tiene 70 años?”, pregunta Rita Medina, Directora Adjunta de Política Estatal y Defensa de la Coalición de Derechos de los Inmigrantes de Los Ángeles (CHIRLA).
Y agrega: “Le estamos prestando atención a esto. En la última década hemos trabajado para poder expandir beneficios. Hay una brecha en el cuidado a personas mayores migrantes, como Medicare o beneficio de comidas”.
Alerta que hay gente que envejece sin recibir sus documentos, por lo tanto, no tiene acceso a beneficios de seguro social ni jubilación. Deben trabajar en sus años dorados.
Medina cita una encuesta del Migration Policy Institute, que en 2019 cubrió a 16.800 personas mayores indocumentadas, de 65 años o más. “Allí es cuando comienzan a pensar en tener acceso a una jubilación”, agrega.
“Muchos de ellos han esperado por más de una década para ajustar su estatus. Son trabajadores domésticos, agrícolas, de la construcción, vendedores callejeros. Sus cuerpos están sufriendo, tienen problemas de columna, por ejemplo”.
El peso del trauma
Helen Zia, periodista y activista asiático-americana, compartió un testimonio. “En mi libro más reciente entrevisté a inmigrantes chinos mayores. Muchos me contaron historias de haber visto en sus países a niños muertos en la calle o a personas siendo decapitadas. Tampoco sabían cuándo iban a comer”.
Afirma que los asiáticos que vinieron a EE.UU. pasaron por traumas terribles. No los han compartido con nadie, ni siquiera con sus propios hijos.
“En nuestras comunidades hay personas mayores que sufren problemas de salud mental”. Percibe que se puede ver el miedo de muchas personas, tras sucesos en los cuales los inmigrantes mayores son atacados.
Detalla que hay muchos adultos mayores que están trabajando y que son objeto de estereotipos. “Son invisibles o potenciales blancos de ataques”. Se pregunta: “¿Cómo luchamos contra la invisibilidad y el aislamiento?”
Recursos insuficientes
Laura Som es cambodiana china, refugiada por genocidio a los 10 años en EE. UU. Padece estrés postraumático y trabaja por la salud mental de sus mayores, “tras las guerras, la violencia extrema, la rabia y el abandono”, según sus palabras.
A esa edad vivió en las calles de Long Beach. “Los más desfavorecidos pueden estudiar, yo lo hice”, sentencia.
El Centro MAYE para la curación de supervivientes de traumas, racismo sistémico, opresión y desigualdad que ella dirige, organiza ayuda para la salud mental de inmigrantes.
Señala que los recursos proporcionados son insuficientes,mientras también apunta a la falta de regulación de armas. “Tenemos miedo de salir al público y enfrentarnos a tiroteos masivos”.
Según ella, muchas razones impiden a los mayores buscar la ayuda adecuada. “Hay dificultades con el idioma y falta de competencia cultural”. Tampoco hay cobertura para servicios sanitarios no tradicionales.
“Nos negamos a creer las mentiras de los políticos” dice. Sin embargo, agradece a algunos de ellos que han “contribuido a transformar el trauma en activismo y sanación”.
Estigmas ocultos
“¿Cómo respondemos cuando la persona que causa el daño es parte de la comunidad? ¿Cómo manejamos las ideas de venganza?”, dice el doctor Brett Sevilla, director Médico del Asian Pacific Counseling and Treatment Centers.
Esta organización de salud mental sin fines de lucro ha operado desde 1970. Han tratado la violencia anti-asiática por años.
“Las reacciones al trauma pueden ser negadas y posiblemente no vemos eso impactos en muchísimo tiempo. Refugiados de situaciones como el comunismo o la guerra de Corea, aún sufren estrés postraumático cuarenta años después de haber llegado a Estados Unidos”, se lamenta.
Otro hecho grave es que quienes no hablan inglés dependen de otras personas para sus diligencias o traslados. “Cuando sus parientes se mudan, quedan desamparados en este sentido, y el hecho de no conocer el idioma puede conducir a que no se les respete”.
La salud mental es un estigma que avergüenza no solo a quienes tienen ese problema, sino a sus parientes. “Incluso la familia puede intentar esconder la situación”, revela.
Hablando en general de personas que han sido responsables de tiroteos, alerta que todos ellos presentan comportamientos de advertencia. “Una evaluación siquiátrica adecuada podría prevenir estos episodios”.
Vergüenza y desatención
Linda Yoon es cofundadora de Yellow Chair Collective, terapia asiático-estadounidense culturalmente sensible. Esta trabajadora social recuerda que en la universidad ninguno de sus compañeros quería trabajar con personas mayores. Uno de sus profesores alertó que estas poblaciones necesitan más apoyo; pero muchos estudiantes ni siquiera estaban informados al respecto.
“Me gradué con muy poca información respecto a cómo trabajar con los ancianos”. Llegó por casualidad a este campo, debido a que hablaba coreano. Tuvo momentos de conexión con estas personas. “Me hablaban de traumas que no les habían contado a sus hijos, especialmente las mujeres. Terminaban llorando, se avergonzaban ante mí porque yo era joven”.
Sirvió a migrantes de diversas culturas. Descubrió que los jóvenes ya no hablan el idioma nativo de sus padres y abuelos. También percibe que los ancianos temen compartir sus traumas con hijos y nietos, “Porque eso viene cargado de vulnerabilidad y creen que no es bueno mostrarse vulnerables cuando son mayores”.
Yoon señala que hay más recursos para niños y familias, en comparación con los mayores. Ella comenzó a buscar a jóvenes que pudieran trabajar para esos grupos, pero encontró mucha reticencia.
Una esperanza
Helen Zia se interroga: “¿Cómo luchamos contra la invisibilidad y el aislamiento?” Y responde: “Mi mamá compartió esa clase de historias conmigo y siento que se volvió más liviana. Esto los ayuda, rompen su propio aislamiento”.
Complementa diciendo que “Debemos intentar humanizarlos, hacer que sean personas reales para los demás”.
Rita Medina asegura que “Vamos a trabajar para ayudar a personas que llevan años trabajando y pagando impuestos, pero que no tienen acceso a beneficios porque son indocumentados”. Incluso adelanta que van a lanzar una campaña educacional. “Esto cambiará la conversación acerca del aislamiento y la salud mental”.
Laura Som considera que es muy fácil señalar a los responsables de tiroteos, pero hay que ver qué los lleva a actuar de esa manera y aprender a mejorar las comunidades y el país. “Así se rompen las cadenas de trauma para las generaciones por venir”. Llama a un liderazgo con coraje para los encargados de proteger.
También aboga por zonas verdes para personas mayores y comunidades, como un recurso de salud mental. “Operamos un espacio verde holístico de 8 acres, destinado a la sanación”. Y finaliza: “Hay que utilizar nuestra voz para luchar por leyes y organizar a las comunidades”.
Sevilla aporta: “Hay que proveer servicios en el idioma de las personas. Se puede hablar acerca de este tema con un diálogo respetuoso y una aproximación cultural apropiada. Estamos disminuyendo el estigma”.